El pasado 5 de abril se aprobó el Real Decreto 235/2013 sobre certificación energética de edificios existentes.
Aunque lo más probable es que ya todo el mundo haya oido hablar de él, parece que es algo novedoso, pero no lo es tanto si pensamos que a partir de 2006 con el CTE (Código Técnico de la Edificación), y en 2007 con el “Procedimiento básico para la certificación energética de edificios de nueva construcción”, todos los edificios nuevos-ya sean viviendas unifamiliares, bloques, edificios públicos, etc.- tienen la obligación disponer de la calificación energética certificada por el arquitecto proyectista.
El objetivo de todas estas normativas es el de reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera, bajar el consumo energético de nuestros edificios y, en definitiva, contaminar menos.
Mi opinión es que aunque el certificado de eficiencia energética sea obligatorio tenerlo en ciertas circunstancias, no hay que sufrir pánico si nuestra vivienda es calificada como "E", "F", o incluso "G". Como vemos en el cuadro expuesto a continuación, "E" y "F" van a ser las calificaciones energéticas más habituales.
Una categoría "mala" lo que nos indica es que estamos consumiendo más energía de la que podríamos. Para solucionarlo, también se adjuntan mejoras para hacer cada vez los edificios más eficienctes energéticamente.
Quizá el certificado de eficiencia energética no sea la solución a nuestros problemas, y no va a ser la causa de que las ciudades sean ecológicas de verdad y sostenibles, pero sí es un paso en la buena dirección.
En próximos posts explicaremos cómo vamos poder conseguir, no sólo mejorar nuestra "letra", sino gastar menos dinero, que en los tiempos que corren parece interesante. Y no me refiero a gastar menos dinero en calefacción y aire solamente. También a las subvenciones a las que podemos acceder si decidimos remodelar nuestra vivienda.
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